Todos hemos escuchado historias de vampiros, criaturas que se alimentan de la sangre humana. Lo que pocos se imaginan es que hayan existido en vida. Vlad Drăculea, mejor conocido como Vlad el empalador, fue el famoso conde Drácula en quien Bram Stoker se inspiraría para crear su novela. Vlad de Valaquia empalaba y torturaba a sus víctimas. Rumania lo considera un héroe, pues fue un gran luchador en contra del expansionismo otomano. Pero a Vlad no lo podemos considerar un vampiro real porque no se han comprobado los rumores sobre si se alimentaba de sus víctimas, sólo que castigaba a todo aquel a quien quería castigar.
La historia nos cuenta que muy cerca de Valaquia vivió una hermosa condesa de la casa Báthory.
Pasó la mayor parte de su vida en compañía de sus sirvientas dentro de un enorme castillo repleto de sádicos artefactos con los que obtenía el elixir de la juventud. Mandaba a sus sirvientes a que tomaran muchachas vírgenes del pueblo a quienes torturaría para bañarse en su sangre virgen y pura. Erzsébet Báthory, con ayuda de sus sirvientas, realizó crímenes caníbales sanguinarios e incluso sexuales para poder combatir al temible envejecimiento del que huía. Sus rituales siguieron por años, hasta que las arrugas llegaron, obligando a Erzsébet a buscar sangre noble, sangre azul. No pasó mucho tiempo hasta que la justicia le alcanzó y la condenó a morir confinada en su castillo en compañía de su propio reflejo en un espejo que ella misma diseño.
Alejandra Pizarnik, nos relata en prosa, la historia de una de los pocos vampiros reales que han existido en la historia, a partir de textos y documentos recogidos por Valentine Penrose.
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