Mi casita, esa casa que olía a olvido. La
quemé, ya no servía. Los recuerdos dentro me sacaron a patadas. Me
mandaron directo a donde me encuentro. Pero una noche, cuando mi cabello
tornó a rojo magenta me senté en el techo de la casa de mis padres.
Suponiendo que mi nube terrenal se encontraba sobre el cielo de algún
lugar de África, miré hacia el cielo y la vi a ella y a esa lindamente
cruel casa, la última burlándose de mi atrayéndome con su magnetismo.
Fue entonces en que lo decidí, solo bastó con observarla detenidamente
mientras se alejaba para que mis poderes alienígenas la quemaran a
semejante altura y sin suficiente oxígeno. Fueron las llamas más
hermosas que jamás he visto en mi vida. Se desvaneció mi casa en el
horizonte mientras el reloj marcaba las 6:31 de algún día sobre el cielo
del Valle de los Chillos. El cielo se fundió en colores anaranjados y
violetas, sin duda el espectáculo más memorable de mi existencia.
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